PGE 2019: De persistir en el error a la crisis

It is no crime to be ignorant of economics, which is, after all, a specialized discipline and one that most people consider to be a ‘dismal science.’ But it is totally irresponsible to have a loud and vociferous opinion on economic subjects while remaining in this state of ignorance. – Murray N. Rothbard

Al menos desde la crisis de Lehman entre 2007 y 2009, la tesis del crecimiento del Gobierno ha sido que a mayor estímulo de la demanda interna mediante gasto público, mayor crecimiento. Esto les ha permitido plantear de manera muy recurrente la idea de que la economía boliviana está blindada, que está preparada para ser la próxima potencial continental, que el modelo boliviano constituye el modelo económico a seguir para el mundo entero dado el reciente fin del capitalismo, que Bolivia se ha convertido en el oasis económico de la región, etc. Lo cierto es que, gracias a la muy tardía publicación del PGE 2019, y a pesar de tratarse de un documento de apenas 13 páginas de información muy general y escueta, se pueden destacar varios elementos importantes, empezando por el gasto público, piedra angular del modelo.

Ya para el PGE 2017 proyectaron un gasto público de $8.000 millones para crecer un 4.8%, pero el gasto fue de $7.163 millones; para el PGE 2018 proyectaron un gasto de $7.285 millones, nuevamente con la posibilidad de incrementar la cifra hasta $8.000 millones si lograban una nueva emisión de bonos soberanos por $1.000 millones en el primer trimestre (alguien me debe una apuesta), pero fue de $6.057 millones y tampoco lograron la emisión; y para el PGE 2019 proyectan un gasto de $6.510 millones para crecer un 4.7%.

Pues la mencionada tesis de crecimiento ha quedado desvelada una vez más, pues por mucho que digan que para la próxima gestión anuncian un incremento del gasto del 7.5% respecto de 2018, lo cierto es que o recortan el presupuesto público voluntariamente, o simplemente se han acabado por fin las fuentes convencionales de financiamiento público para el gasto a manos llenas y, por tanto, las reformas estructurales son inevitables para mantener la economía a flote.

De igual manera, a la vez que anuncian una reducción del déficit público hasta el 6,98%, un precio del barril de petróleo inferior al de 2018 en $50, y menores volúmenes de exportación de gas, también anuncian mayores ingresos tributarios que son un 3.6% mayores que en 2018, entre otras cosas para incrementar el subsidio a hidrocarburos de $3.330 a $4.345. ¿Tiene esto algún sentido realmente? Esto es un mamarracho y no puede significar más que mayores impuestos.

Algo huele pues, cada vez peor. ¿Cómo puede ser que, contrariamente a lo que ellos mismos afirman, se proyecte mayor crecimiento para 2019 con menor gasto que en 2018? Esto es como la tontería del doble aguinaldo, unas veces dicen que servirá para estimular la economía, y otras, según convenga, que es un reflejo del buen desempeño de la economía. Ese es el nivel de política económica en Bolivia.

Como dije, siendo que el problema no es de falta de ingresos, sino de exceso de gastos, esto solamente significa persistir en el error. El único que desde 2013 no se ajusta es el sector público, y ahora añaden mayores dosis de dificultades a los empresarios privados (algo con lo que más de un economista opositor estará contento) y a la ciudadanía en general.

De todas maneras, resulta un alivio, al menos por el momento, que a diferencia del PGE 2018, no se se haya concretado el incremento de deuda pública externa en $1.000 millones mediante una nueva emisión de bonos soberanos en el primer trimestre de 2018, y que tampoco anuncien la intención de hacerlo en 2019.

Finalmente, un breve ejercicio comparativo: Bolivia cerrará 2018 habiendo crecido 4.3%, mientras Chile lo hará habiendo crecido un 4% del PIB, registrando su mejor desempeño económico desde 2012, seguido por Perú hacia 2019. Qué diferente es crecer lo mismo pero a lo chileno o a lo boliviano, en base a gasto y endeudamiento público, o en base a apertura, ahorro e inversión. El punto no es cuánto crecer realmente, sino saber de qué está compuesto ese crecimiento, si es sostenible o no en el largo plazo.

¿Cuántas veces se ha escuchado decir “si la macro está bien es porque la micro está bien”? En un principio esto pretendía demostrar que no había de qué preocuparse por la microeconomía porque la macroeconomía así lo reflejaba. Sin embargo, hoy, luego de ya bastante tiempo sin corregir el error, esto significa lo exactamente opuesto, que aquello que pretenden mostrar como una macroeconomía sana eventualmente se convertirá también en una microeconomía sana, es decir, primero por mandato vertical y dictamen gubernamental, que el sector público, dueño y protagonista de la macroeconomía, será el último en ajustarse, si es que alguna vez lo hace.

Cuando las crisis económicas generalizadas, que se generan por inducir a los individuos a tomar decisiones erradas con unas expectativas prefabricadas en la política económica, terminan reflejándose de manera indiscutible en lo macroeconómico, significa que es demasiado tarde para que la corrección necesaria e inevitable no provoque graves sobresaltos a lo largo y ancho tanto del sector financiero como de la economía real, y ya no sólo como las de mayores impuestos, sino además de mayores niveles de inflación y, por qué no -insisto- confiscaciones.

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