Tal vez nadie se acuerde, o incluso podría haber pasado totalmente desapercibido, porque el anuncio se lo hizo entre el 18 y 19 de diciembre de 2014, pero ya en ese entonces Evo Morales le había dicho por primera vez al país que debían aplicarse políticas de ajuste ante la caída petrolera, y que estaba en busca de expertos que le dijeran qué hacer al respecto. Por si fuera poco, también dijo que las empresas públicas no pueden ser deficitarias, que si son subvencionadas eso no tiene futuro y hace daño a la economía de Bolivia.
Sin embargo, más allá de que se hayan perdido nada menos que cuatro años primero en aceptar que el hay un problema de exceso de gastos antes que uno de falta de ingresos, y luego para empezar a aplicar estas medidas de manera gradual, es decir, sin causar sobresaltos (la administración pública central es siempre la última en ajustarse, si es que alguna vez llega a hacerlo), por fin se está realizando el ajuste: Arce Catacora ha vuelto a Hacienda con cambios en la programación financiera fiscal para 2019 en conjunto con el BCB, que consiste, básicamente, en ajustes de las previsiones de crecimiento a la baja y de inflación al alza.
Valga destacar que, a pesar de que está encaminado en la dirección correcta (nobleza obliga), el ajuste es todavía demasiado tímido en relación a lo necesario, y que en realidad se sigue pensando que algún día, al aumentar el gasto público aumentará el crecimiento, que el crecimiento incrementará la recaudación, y que la recaudación reducirá el déficit. Claramente, esto no está sucediendo ni va a suceder, pero lo importante a destacar aquí es que si bien no se prevé una devaluación cambiaria para financiar el déficit, se han ocupado de añadir la condicionante de “salvo un efecto fuerte,” dejando un flanco abierto para todo tipo de interpretaciones.
Para esta reprogramación se prevé una caída de las reservas del BCB superior a los $1.200 millones en los siguientes nueve meses. Sobre esto ya me extendí antes en Si no se argentiniza, ¿Bolivia se ecuatoriza? Pero si el BCB no termina exponiendo la cifra mágica que ha calculado sobre el nivel óptimo de reservas para sostener el actual tipo de cambio, la incertidumbre será cada vez mayor y nada ya dependerá de lo que las autoridades digan, sino de lo que puedan o sean capaces de hacer con lo que tengan.
En este sentido, lo que está claro es que las dificultades se están presentando, y a pesar de que Arce Catacora las está apuntando, para evitar problemas mayores no sólo se necesitan ajustes de manera decidida, sino que además se requieren reformas estructurales que consoliden simple y llanamente otro modelo, y mientras eso no suceda se seguirá prolongando la agonía. Como Nassim N. Taleb suele decir, “no importa la probabilidad de un evento si sus consecuencias son demasiado costosas para afrontarlas,” pero si las probabilidades de que un evento adverso suceda relativamente pronto se incrementan cada día que pasa, alguna de las advertencias de los últimos cuatro años tiene que servir para por fin actuar en consecuencia.
Ahora bien, se acercan momentos inequívocamente decisivos, pero ¿qué significa esto para los inversores? Hay solamente dos caminos, y para cualquiera de ellos hay que empezar a elaborar estrategias hoy (no aptas para el reclamo de románticos patriotas, por cierto).
Andar el primer camino consiste en abstenerse del caos y diluir el riesgo consecuente que eventual e inevitablemente se va a generar ante el ajuste (donde el deterioro institucional de los últimos años y meses no va a ayudar en absoluto), invirtiendo en el exterior. Y para esto es necesario establecer la estructura jurídico legal y la estrategia financiera más apropiada para el objetivo de la que hemos hablado en anteriores ocasiones.
Y el segundo consiste, más bien, en aprovechar del caos, porque se tratará del momento más bajo posible a partir del cual puede empezar a crecer una inversión de largo plazo, e invertir también con la estructura más adecuada en el exterior para lograr el efecto deseado de la manera más eficiente posible.
Como sea, para cualquiera de las dos opciones, que, por cierto, pueden combinarse, se requiere tiempo y esfuerzo para hacer las cosas bien, porque, aunque se trata de un proceso relativamente sencillo, no es fácil; y cuanto más rápido se lo inicie, mejor.
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