Las agencias de calificación de riesgo no son el santo de la devoción de nadie. La gran mayoría de inversores las comparan con escopetas de feria, porque pocas veces aciertan. De hecho, en 2008 las tres principales agencias de rating otorgaron las mayores calificaciones posibles a empresas como Fannie Mae y Freddie Mac y productos financieros de inversión de muy dudosa calidad hasta el día anterior de su colapso.
Pues algo similar está sucediendo hoy en el caso de Bolivia. Mientras un lunes se presumía de la calificación de BB- de Standard & Poor’s sobre el Banco Unión (donde los desfalcos ‘son normales’) al día siguiente se conocía el informe de Fitch Ratings otorgando un BB- con perspectiva negativa (no positiva ni estable, como quisieran) a la economía de Bolivia, en línea con la rebaja de calificación que ya había hecho el mismo S&P en mayo de 2018. Sin embargo, si se tiene en cuenta las limitaciones de las agencia de rating, como el hecho de que trabajan con la información que le entregan las mismas entidades que analizan y califican, sí que sus informes pueden complementar los análisis de (des)inversión.
Dicho esto, respecto de la nueva perspectiva que Fitch Ratings ha otorgado a la economía de Bolivia, se destacan al menos tres elementos importantes:
- Ilustración del deterioro institucional: el informe de Fitch es lapidario, y simplemente ilustra lo que ya se advierte hace mucho tiempo: un deterioro cada vez mayor y más acelerado ya no sólo de las condiciones para invertir en el país (no olvidemos que ya existen sanciones de EEUU sobre Bolivia y su sistema financiero a efecto del vínculo directo que Bolivia tiene con Venezuela), sino además para preservar riqueza, porque este es un elemento más entre los escándalos de corrupción y narcotráfico que alcanzan a instituciones fundamentales del Estado como la policía, que se supone que debe garantizar la convivencia pacífica en el país, y más aún a la expectativa de las elecciones de octubre (que están siendo observadas en el Senado estadounidense hace ya varias semanas).
- Ojo con las reservas internacionales: de igual manera, la confianza en las instituciones públicas no puede estar más deteriorada que hoy, y cuando esto sucede uno de los primeros efectos es el incremento de la demanda por activos de refugio como el dólar, a la vez que una caída de la demanda por activos como la moneda nacional. En este sentido, lo primero a observar es el nivel de reservas que sostiene actualmente el BCB, y Fitch observa que aún son suficientes. No obstante, a pesar de que no se observa ninguna medida alternativa más que el incremento de la deuda pública externa para sostener el nivel actual de reservas, un eventual recorte de tasas de interés por parte de la Reserva Federal de los EEUU antes de fin de año podría aliviar parcialmente el escenario. Mucho dependerá de que al momento de pronunciarse sobre la nota de Fitch las autoridades emitan el mensaje de confianza correcto y decidido sobre el tipo de cambio y el sistema bancario y financiero, y no se inclinen una vez más por el victimismo y la manipulación política que añada incertidumbre y, por tanto, provoque un incremento imprevisto de la demanda de dólares, amenazando la estabilidad del sistema bancario financiero.
- La macroeconomía no permite presumir: igualmente, el informe de Fitch se concentra mucho en el cuadro macroeconómico, algo de lo que el país ha venido presumiendo demasiado durante demasiado tiempo sin primero reconocer sus debilidades, pero de lo que luego, al haber persistido en el error de seguir incrementando el gasto, podría lamentarse; el principal motivo de preocupación es el nivel que alcanza el déficit fiscal y el tiempo que así se mantiene mientras que hidrocarburos, la principal fuente de ingresos, se encuentra en franca crisis.
Finalmente, el informe en cuestión termina de desmontar la vieja idea del blindaje y la derrota del capitalismo, de que si la economía de Bolivia observa amenazas no se derivan de la política económica, sino de cualquier fantasma como ahora de Brasil, Argentina y EEUU; y pues no había sido tanto que “si la macro está bien es porque la micro está bien,” sino que la pretensión de seguir estimulando la macroeconomía para que la microeconomía mejore en algún momento no sólo no ha sucedido, sino que ha agravado considerablemente la situación.