El modelo económico de los últimos 15 años está agotado y no hay cómo financiarlo. La demanda agregada interna, que fue hiper-estimulada previamente, caerá de manera inevitable. Por tanto, en el corto plazo quedan solamente dos caminos: el incremento de la deuda pública externa, que sólo se traduce en eventuales incrementos de impuestos y mayor informalidad, o su explosión mediante la devaluación de la moneda nacional. Con lo cual, lo peor de la crisis económica podría no haber llegado aún, pero es posible estar preparado.
Durante los últimos 15 años se puso la capacidad de trabajo de los trabajadores al límite y se pervirtió el espíritu empresarial; se generó un estrés físico y psicológico innecesario en el que prevaleció la cultura de la especulación de corto plazo y se desmoralizó la cultura empresarial tradicional, el desarrollo prudente de empresas con espíritu de permanencia y la consecución de objetivos de más largo plazo.
Los instrumentos de este modelo insostenible, caracterizado fundamentalmente por su mala asignación de capital, fueron el incremento del gasto público, que incrementó las atribuciones del Estado sobre la economía, diluyendo así los incentivos de los empresarios para hacerse cargo de ella; y la superabundancia monetaria y crediticia, que indujo a la gran mayoría de empresarios a cometer errores generalizados de inversión mejor conocidos como «burbujas».
De manera sencilla, las burbujas de activos son, típicamente, una buena idea llevada al exceso, son causadas fundamentalmente por los bancos centrales, que distorsionan los precios del mercado y los alejan de su valor real -tanto al alza como a la baja- y que se suelen formar en aquellos sectores que se considera como los más seguros.
Todo esto ha empezado a terminar, y para bien. Los momentos de crisis son también el inicio de la recuperación, pero su velocidad y solidez dependerá de que el empresario encuentre relación directa entre esfuerzo y recompensa mediante los incentivos correctos, pero ahora es el momento de aceptar si sus rentabilidades fueron fruto del estímulo artificial previo, o de su innata perspicacia empresarial para generar valor de mercado.
Los empresarios que lleguen a lo peor de la crisis con suficiente liquidez (no aquella proveniente del dinero de nueva creación del Banco Central, sino de un manejo prudente del propio capital circulante), podrán acceder a bienes de capital a precios de liquidación, y si además adquieren determinados bienes de capital para invertir, cuando adquieran valor de mercado en la recuperación ganarán como pocos. Esa es la mejor manera de re-capitalizar una economía.
Más aún, este es el momento donde quien invierta en Santa Cruz, honrando el lema de «es ley del cruceño la hospitalidad», de espíritu inconfundiblemente montesquiano como «allí donde hay comercio las costumbres son dulces», puede confiar en que este nuevo comienzo tiene además un entorno que lo acompaña.
Para consolidar su proyección a futuro, Santa Cruz debe reconocer al empresario como el motor que impulsa el crecimiento sano y sostenido de su economía, no así al aparato público; que hoy es el mejor momento para implementar (y consolidar) reformas estructurales; y que por cuanta mayor seguridad jurídica, competencia fiscal (pocos, bajos y sencillos impuestos), apertura comercial y migratoria ofrezca, y sobre todo de que su éxito no dependa jamás de llegar a tener alguna moneda propia, más brillante será su futuro.