Tanto el origen de la moneda como su manipulación y la inflación, han sido objeto de profundo debate al menos desde los escritos de Nicolás Oresme (1323 – 1382) o los de Juan de Mariana (1536 – 1624), y sobre todo a partir de la Revolución Industrial con la Ley de Peel de 1844, cuando el debate se extiende también sobre las causas detrás de los períodos recurrentes de auge y recesión económica, pero para hacer las cosas de la manera más sencilla posible, nos referiremos a lo que pasa y se propone hoy a raíz de una nueva crisis económica global en el escenario de la pandemia del coronavirus Covid-19.
Cuando se suele hablar de las medidas más recomendadas para encarar una crisis económica generalizada, lo que más se escucha decir es que se requiere estimular la demanda agregada interna, porque la economía se habría deprimido a causa de la falta de inversión de los empresarios privados. No importa si en este caso la crisis económica empezó con un brutal shock por el lado de la oferta que solamente después terminó afectando también la demanda, las recomendaciones son siempre las mismas todo momento y lugar.
Los mecanismos para alcanzar este objetivo son variados, aunque también poco creativos, pero se resumen en incrementar el gasto, el consumo y la deuda, y si acaso esto no funcionara ni siquiera en el corto plazo, para financiar el déficit consecuente se recurre al incremento de impuestos y, cómo no, la devaluación de la moneda local, meollo de la cuestión.
Siguiendo con el argumento, entre las expresiones más recurrentes de los políticos y los economistas convencionales que los asesoran están «hay que poner dinero en el bolsillo de la gente», «un poquito de inflación es siempre bueno», «dependiendo de las circunstancias o características propias de determinada economía, siempre hay cierto margen para devaluar teniendo la inflación consecuente bajo control», «no toda emisión genera inflación», y un muy largo etcétera.
Lo cierto es que el debate en estos niveles siempre deja mucho que desear, pero veamos.
Lo primero que sobre todo los keynesianos hacen mal es afirmar que la inflación es multicausal, pero que se la puede identificar fácilmente como «un incremento generalizado de precios». No sorprende que esta definición sea tan antojadiza como tan poco rigurosa, pues, entre otras cosas, nadie sabe de dónde se supone que John M. Keynes sabía de economía si apenas cursó un semestre con Alfred Marshall.
Para implementar esta política, tanto durante el auge como ante una recesión, los keynesianos jamás se preguntan a qué se ha debido el problema en primer lugar. A lo mucho culpan a los desgraciados empresarios, aquellos «animal spirits» que han denostado toda la vida, por no invertir y provocar una caída del nivel de actividad económica.
En este escenario, para quienes elaboran estas políticas no existe el lado de la oferta, el empresario, pero afirman que hay que estimular la demanda interna incluso con cheques, con transferencias directas no condicionadas de dinero en efectivo, de manera tal que la gente incrementaría su consumo, los precios en el Índice de Precios al Consumidor (que llaman «nivel general de precios») subirían, los ingresos de las empresas se incrementarían, éstas re-invertirían para incrementar su producción, la actividad económica volvería a los niveles previos de la crisis, y luego se les incrementaría impuestos para saldar la deuda pública. Brillante.
Lo que en realidad están diciendo hasta aquí es que la inflación no es realmente un fenómeno económico, sino que es una política pública orientada a financiar el gasto mediante el envilecimiento de la moneda local en la que sobre todo los más pobres ahorran, pero luego seremos más específicos con esto. Sigamos.
Las devaluaciones son siempre, en todo momento y lugar, un mecanismo de auto-financiamiento de los gobiernos mediante sus bancos centrales, donde sólo se beneficia el Estado, sobre todo cuando tiene demasiada deuda. Sus consecuencias: inflación, que no es otra cosa más que un fenómeno única y exclusivamente monetario, en todo momento y lugar.
Una de las advertencias sobre esta manera de ver la política económica, y fundamentalmente monetaria, es como decía Karl Otto Pöhl:
Inflation is like toothpaste. Once it’s out you can hardly get it back in again.
O como habría dicho un alto funcionario de la Reserva Federal:
Devaluing a currency is like peeing in bed. It feels good at first, but pretty soon it becomes a real mess.
Pero a pesar de que están seguros de que no habría inflación consecuente, no hay que negarle el beneficio de la duda a nadie: ¿realmente toda devaluación de la moneda local, o emisión tanto orgánica como inorgánica, genera siempre inflación? Vamos por pasos. Todo depende de cómo se defina la inflación.
La inflación puede ser mejor definida como «pérdida de poder adquisitivo de la moneda», «pérdida de valor de la moneda», «expansión de la oferta monetaria», o «proceso de emisión de dinero por encima de cualquier aumento en el stock de especie (o metálico)», cualquier de estas es más que aceptable, pero la inflación definitivamente no es «un incremento general y sostenido de precios», como afirman los keynesianos invariablemente.
¿Por qué esto es importante? Porque los keynesianos creen que la inflación solamente puede manifestarse en el IPC, que es un índice arbitrario sobre bienes y servicios de consumo inmediato, porque, entre otros aspectos, presuponen que el crecimiento se basa en el consumo, y no en el ahorro.
Pero lo fundamental a saber primero sobre la naturaleza del dinero y luego sobre la inflación, es que da lugar a la descoordinación económica y afecta la distribución de la riqueza incluso si no se observara «un incremento general y sostenido de precios» ni dentro ni fuera del IPC.
Como nota breve, así como el IPC ayuda poco o nada a saber qué sucede realmente en una economía para tomar decisiones, lo mismo sucede con el PIB como medida de actividad. Su método de cálculo deja fuera al menos dos tercios del crecimiento real de la economía. Mark Skousen lo demostró y ha planteado el Gross Output en vez del PIB (o GDP).
Esto es importante, porque lo que primero ilustra la ignorancia keynesiana es que no tiene una teoría de capital. Sólo la tienen los marxistas y austríacos, y algo los monetaristas. No entienden de capitalismo y pretenden salvarlo reformándolo, por absurdo que suene.
Ahora, el auténtico problema de dejar la moneda en manos de los políticos, sus economistas asesores y la planificación central, surge cuando se inyecta dinero en la economía, sobre todo de nueva creación: puede que no genere inflación, ni de inmediato ni en el IPC, pero aún así distorsiona la estructura productiva, porque así se induce a los empresarios a disponer de recursos, a demandar factores de producción. Siempre.
Sucede pues, que la inflación tarda en manifestarse unas veces, y en otras explota. En términos sencillos, mucho depende del juego entre la demanda y oferta de dinero en ese momento, pero tampoco tiene por qué manifestarse de inmediato ni sólo donde quieren ver quienes la crean en primer lugar (obvio).
¿Y qué hay de esto de que «un poquito de inflación» estimula la economía? Creen que la inflación incrementa los ingresos de los vendedores, y estos, a su vez, podrán gastar más.
Lo que no son capaces de ver es que la inflación sólo encarece los costos de inversión, si acaso la mala asignación de recursos a la que induce no fuera suficiente, hace más difícil recuperarse sobre todo a los más pobres.
Además, la inflación no provoca «un incremento uniforme y generalizado de precios» a lo largo y ancho de la economía, sino que puede subir más en unos sectores, e incluso pueden caer en otros simultáneamente.
Como muy bien explica el Efecto Cantillón, depende mucho del lugar o sector específico a través del cual el gobierno decide inyectar ese dinero. Serán más beneficiados quienes primer reciban esa liquidez, y la pasarán peor quienes ni lleguen a verla.
Quienes pudieron gastar sólo después, encontrarán los precios relativamente más altos que cuando gastaron los primeros en recibir ese dinero. De ahí la metáfora del helicóptero, para no crear intereses con el poder. (Sí, también ridículo).
Igualmente, como no tienen teoría del capital, no entienden cómo se forman los precios en una economía, ni intervenida ni de mercado, ni entienden tampoco cómo funciona un mecanismo de precios libre en la asignación de recursos (de ahí los típicos controles y desabastecimiento).
Los precios son señales, son el lenguaje que los empresarios hablan o a través de los que se comunican para saber cómo, cuándo, dónde y por qué deben producir de tal o cual bien o servicio. No es un mecanismo perfecto, pero la inflación keynesiana genera aún más distorsiones.
Centrarse en los efectos de la inflación («un incremento general y sostenido de precios»), más que en su causa (tal vez mejor «un aumento en la oferta monetaria por encima del aumento en la demanda de dinero») afecta el diagnóstico, haya un problema inmediato y fácilmente identificable de inflación o no.
En este sentido, cuando se genera inflación, el keynesianismo observa solamente «un incremento uniforme y generalizado de los precios del IPC», pero si observan el mismo comportamiento en los precios de consumo duradero como una casa o departamento, le llaman «auge», pero la idea tiene patas cortas.
Esto es lo que mejor se conoce como «burbujas de activos». ¿Qué son las burbujas de activos? Son una buena idea llevada al exceso, son causadas fundamentalmente por los bancos centrales, que distorsionan los precios y los alejan de su valor -tanto al alza como a la baja- y que se suelen formar en aquellos sectores que se considera como los más seguros.
Lamentablemente, cada que se pincha una burbuja de activos causando recesión, acusan al libre mercado, los espíritus animales y el sistema bancario y financiero, cuando son típicamente las políticas keynesianas que las crean en primer lugar.
Como los precios de los bienes y servicios fuera del IPC ayudan a pintar números en el PIB, en el corto plazo todos votan por estos giles, pero como ese crecimiento es solamente una ilusión monetaria, es decir, una distorsión de precios relativos tanto al alza como a la baja, todo se derrumba eventual e inevitablemente cuando el mercado termina identificando esos errores en la asignación de factores de producción.
Hasta aquí debería debería ser suficientemente claro que para garantizar cuantas menos distorsiones monetarias y mala asignación de recursos escasos sea posible en la economía, debemos prestar más atención a lo que hace la banca central, entidad responsable de mantener el nivel general de precios estable o incluso mitigar el impacto de los ciclos económicos según la teoría keynesiana, cosa que jamás logra, mucho menos mantener el valor de la moneda conforme pasa el tiempo.
La inflación es un problema muy serio como para dejarlo en manos de los políticos y los economistas convencionales: en lugar de enfocarse en un síntoma engañoso (cambios en el IPC), sería mejor enfocarse en el origen del problema en primer lugar (cambios monetarios).
Ahora bien, es pues de esta forma que el keynesianismo, en todas sus vertientes, genera un escenario para el que jamás ha tenido respuesta ni diagnóstico. En todo caso le llaman «trampa de liquidez», cuando lo que quieren decir en realidad, es estanflación o «zombificación» de la economía.
Pero si acaso se equivocan y sus políticas sí terminan generando inflación, jamás asumen la responsabilidad. Las crisis, en la gran mayoría de casos, por no decir que todos, no son por falta de demanda ni falta de ingresos, sino por exceso de oferta monetaria y crediticia, por crédito artificialmente barato, exceso de gasto, déficit e inflación.
Uno de sus gurúes favoritos es Krugman, que siempre encuentra la vuelta con algún pretexto: si el incremento del gasto ante el exceso de gasto no ha funcionado, es porque aún no se ha gastado lo suficiente, o porque la devaluación no fue suficiente. Si no véanlo aquí recomendando a Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, crear una burbuja inmobiliaria (la que explotó en 2008), para reemplazar la burbuja del Nasdaq que explotó en 2001. ¡Nos tienen de burbuja en burbuja!
Y ni siquiera hablemos ya de que haya destacado a Argentina como el modelo económico a seguir por Grecia alrededor de la Gran Recesión, cuando también afirmaba que el euro tenía los días contados.
Por cierto, ¿hubo inflación consecuente por las políticas ultra expansivas de la Fed desde la caída de Lehman en 2008? Y si la hubo, ¿dónde está?. Entre otras cosas a destacar, así como en Bolivia, en EEUU también manipularon el IPC, pero aquí muestro que sí hubo inflación, y mucha.
Para cerrar, muchos creyeron haberse equivocado al advertir una enorme inflación consecuente con el programa de monetización de deuda más grande de la historia desde 2008, sólo porque esto no explotó en hiperinflación, pero recién hoy ante la crisis del Coronavirus y las nuevas medidas desde marzo para lidiar con la economía, que superan a todos los QE anteriores juntos, ven que estaban en lo correcto, y aunque no lo hubieran estado, aparentemente ahora sí viene la inflación.
Si estás interesado en profundizar en mi perspectiva sobre la crisis económica internacional de 2008, o la manera en que los principales bancos centrales alrededor del mundo han pretendido lidiar con ella y qué podría pasar ahora en consecuencia, puedes leer La década perdida de Occidente (Unión Editorial, 2015).
Otros artículos relacionados:
Mi negativa rotunda al helicóptero del dinero
El keynesianismo de antología de Carlos Mesa
Literatura recomendada para profundizar en la materia:
Ludwig von Mises: The Theory of Money and Credit
F.A. Hayek: La Desnacionalización del Dinero
F.A. Hayek: Monetary Nationalism and International Stability
J. Huerta de Soto: Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos
J. Huerta de Soto: En Defensa del Euro
George Selgin: Money: Free and Unfree
Jörg Guido Hülsmann: The Ethics of Money Production
Jörg Guido Hülsmann: Nicolás Oresme y el Primer Tratado Monetario