En el plano internacional, la Reserva Federal acaba de anunciar un cambio en las reglas de juego: ahora prioriza la creación de empleo frente a la inflación mientras esta se mantenga alrededor del 2% en promedio, además de que aún no queda claro respecto de qué período tomará la muestra para calcular este promedio.
La Fed inicia esta nueva era confiada en que tiene la inflación bajo control y que la tendrá de igual manera en el futuro si acaso supera aquel 2%. Sin embargo, sin siquiera entrar a discutir la definición de inflación que maneja, el daño ya estaba hecho previamente, y el confinamiento forzoso no ha hecho más que poner un problema muy serio en evidencia.
Como muy bien afirma Diego Parrilla, con el inicio de los QE y la ZIRP hace 12 años, se registró un cambio de interés sin riesgo a riesgo sin interés que ha terminado distorsionando el precio del dinero por completo. Por ejemplo, mientras el bono alemán a 10 años ofrecía 5% anual sin riesgo, hoy el bono alemán a 30 años opera con tasas nominales negativas.
Esta distorsión ha creado una serie de burbujas simultáneas o inflación en determinados sectores de la economía donde la Fed y el resto de los principales bancos centrales alrededor del globo no quieren ver. Para el Estado esto se trata de burbujas sistémicas demasiado grandes para dejarlas explotar, y junto al Tesoro, hará lo que sea para mantenerlas infladas, pero no hay manera de que no fracasen eventualmente, hasta que se transformen una inflación convencional muy agresiva. No por nada el precio del oro superó hace un par de semanas el histórico nivel de los $2.000.
En este sentido, los inversores parecen tener claro el escenario, pero ¿cuándo puede suceder esto? La idea de que podemos subir las tasas de interés suena a ciencia ficción, porque significaría el colapso absoluto de la economía estadounidense y, por lo tanto, de la economía global. Nadie sabe más que la masiva liquidez y acumulación de deuda no resuelven problemas de solvencia. Por el momento se podría ver primero un período de deflación seguido por el peor de los mundos, que es la estanflación, o pasar directamente a esta última.
Lo que se espera con mucha mayor certeza es mayor Fear of Missing Out, mayor guerra monetaria global, mayores valoraciones artificiales de activos, mayor complacencia y volatilidad.
Pues bien, en el plano nacional de Bolivia, mientras la actividad económica, medida por el Índice General de Actividad Económica, muestra una caída del -8% entre enero y junio de 2020, se observa el precio del petróleo recuperándose hasta los $40, luego de haber tocado los $-40 en marzo, tal vez sea la única buena noticia para los ingresos para el Estado por concepto de exportación de hidrocarburos.
Sin embargo, y sin duda alguna, ya desde el inicio de la desaceleración del sector real desde la segunda mitad de 2013 y la caída de los precios del petróleo a mediados de 2014, el sector bancario y financiero empezó a sufrir por falta de liquidez, exacerbada con la crisis de octubre-noviembre de 2019, que ya la había obligado a diferir pagos entre tres y cuatro meses, período que, por si fuera poco, coincide con el confinamiento forzoso para enfrentar la pandemia.
En este escenario, el BCB decidió intervenir de varias maneras, entre las que se encuentra la reducción del encaje legal o préstamos al sector, y en marzo (la más reciente) con una operativa «no convencional» de Bs. 3.476 millones en el mercado secundario, que se resume en haber comprado deuda del TGN a las AFP, tanto en moneda nacional como extranjera, para inyectarla al sector y a la economía en forma de bonos.
Esta operativa ya era preocupante, porque, entre otros aspectos, y aunque se estabilizaron desde diciembre de 2019, el nivel de las reservas del BCB, sobre todo en divisas, ya era suficientemente bajo, lo cual amenaza el tipo de cambio y la capacidad del sistema de administrar las consecuencias de una devaluación cambiaria si acaso el público perdía confianza.
Y por si fuera poco, se acaba de promulgar un decreto que establece diferimientos indiscriminados hasta diciembre de 2020, que deja a la banca con aún menor liquidez (por el momento el sector financiero ya está operando con suficientes reportos), y mayor susceptibilidad del público depositante. Con todo esto, y al retornar a las actividades normales en poscuarentena, la demanda de moneda local no puede sino caer, así como la demanda por moneda extranjera incrementarse tal vez por encima de las capacidades del BCB.
La clave de todo este asunto está en observar la demanda de dinero local y el nivel de reservas fundamentalmente en divisas del BCB. Si estas variables no armonizan, podríamos presenciar un problema muy serio donde el catalizador -esperemos que no- podrían ser las elecciones del próximo 18 de octubre, donde, además, ningún candidato habla siquiera del déficit fiscal y hacer ajustes, ni mucho menos de reformas estructurales para atraer inversión privada, sino apenas de apostarlo todo al incremento de la deuda pública externa para seguir sosteniendo el modelo impuesto en 2006.
Al tiempo, pero siempre es mejor llegar un año antes que un minuto tarde.