Pocos creyeron que realmente fuera posible, pues se pensaba que las guerras convencionales eran asunto del pasado, y que lo que hoy en día se veía, en la gran mayoría de casos, eran guerras del tipo asimétrico, de tercera generación, como las guerras de guerrillas, la resistencia, todo tipo de terrorismo, la contrainsurgencia, la guerra sucia o la desobediencia civil.
Sin embargo, el hecho de que el mundo entero haya quedado impactado con la invasión militar rusa sobre el este ucraniano la madrugada de este jueves, demuestra que esta guerra, al menos en un principio, tiene características más del tipo convencional, y que, además, son eventos para los que tanto los mandatarios como la clase política y el público en general no parecen haber estado preparados para siquiera pronunciarse a favor o con contra de lo que viene sucediendo.
Destacar esta idea ha dejado en evidencia el hecho de que el mundo no tiene suficientemente clara la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre la civilización y la barbarie. Un claro ejemplo de esta falta de postura y determinación para condenar un ataque unilateral, injustificado y abusivo como el de Rusia sobre Ucrania, ha sido el de Bolivia.
Aunque no hubiera sido sorpresa alguna, hubo países de América Latina que se pronunciaron suficientemente pronto sobre este conflicto. Como Cuba, que se pronunció en cuanto Putin anunció su arranque militar en suelo ucraniano: ofreció su apoyo incondicional. Eso ya tendría que haber sido suficiente para saber de qué lado están el bien y el mal.
El caso de Bolivia ha sido todavía más patético. Durante toda la mañana de este jueves el público estuvo esperando un pronunciamiento oficial sobre un conflicto que todavía se piensa que podría tener escaladas muy difíciles de calcular. No obstante, ni el jefe cocalero ni Arce ni Choquehuanca se manifestaron. Parecían haber estado esperando un desenlace más claro para ver hacia dónde inclinarse, tal vez. Tan solo lo hizo el ministro de Relaciones Exteriores, Rogelio Mayta, alrededor de las 13:00, y no para condenar el ataque ruso, desde luego, sino para limitarse a llamar a las partes a encontrar la paz por vías diplomáticas.
Igualmente, el diputado Juanito Angulo, del Movimiento al Socialismo (MAS), dijo que no se podría confirmar el hecho de invasión en Ucrania porque no “vivimos ahí”, y que son solo comentarios y noticias los que hasta ese momento (aproximadamente las 11:00) se conocen.
Más patético todavía fue lo que añadió inmediatamente luego cuando se le preguntó si el régimen debía pronunciarse sobre la invasión de Putin: “nosotros (Bolivia) somos un Estado soberano. Respetamos las intenciones, las decisiones que tiene cada Estado. En este aspecto nadie nos obliga a pronunciarnos”.
Los expresidentes Carlos Mesa y Tuto Quiroga, cada uno por su lado, hicieron bien en condenar los ataques de Rusia sobre Ucrania, y a defender la soberanía de esta última.
Concretamente, Mesa sostuvo: “Exigimos al gobierno que exprese la condena de Bolivia a la invasión imperialista rusa a la República de Ucrania. La paz, la soberanía y la libertad de los países, son valores esenciales que debemos defender por encima de ideologías. Nuestra solidaridad con el pueblo ucraniano”.
Quiroga hizo alusión a la eterna causa marítima de Bolivia, de la siguiente manera: “Autocracia invade y pulveriza soberanía de una democracia fronteriza en Ucrania-Rusia, con el pretexto más burdo: ‘desnazificar’ país presidido por un judío. El silencio cómplice del gobierno de Bolivia daña nuestra causa marítima, que rechaza taxativamente agresiones de vecinos”.
En todo caso, para quien todavía se pregunte sobre la mejor y más correcta manera de pronunciarse sobre grave conflicto, tiene que escuchar a Sebastián Piñera, presidente chileno: «Chile condena la agresión armada de Rusia y su violación a la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Estos actos vulneran el derecho internacional y atentan contra vidas inocentes, la paz y la seguridad internacional».
O mejor todavía, tiene que hacerse eco de lo sostenido por la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA): «El ataque armado perpetrado contra la soberanía e integridad territorial de Ucrania es repudiable y constituye un acto gravísimo de violación del derecho internacional».
Y además añade: Esta agresión es el «crimen internacional supremo y constituye indudablemente un ataque contra la paz y la seguridad de la humanidad, así como a las relaciones civilizadas entre Estados».
Nuevamente, la invasión militar de Rusia sobre Ucrania debe llamar a la reflexión a todo el mundo, no sólo por la posibilidad de inimaginables escaladas, o por marcar claras diferencias con la infame postura del MAS y sus socios en la región, sino por rescatar a todo el hemisferio occidental del que es parte frente a la pérdida de los valores fundamentales que le permitieron alcanzar nada menos que la civilización, y por los cuales hoy un régimen como el ruso se mofa y y está sobradamente dispuesto a su ultraje.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera, el 25 de febrero de 2022.