En días recientes el régimen de Arce y, más específicamente, el ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas, presumía de un diagnóstico de la revista The Economist y su departamento de investigación The Economist Intelligence Unit (EIU), que califica a Bolivia como “el país menos vulnerable a los efectos de la guerra en Ucrania”.
No solamente es que se han dado a la tarea de difundir los resultados de la investigación del EIU por todos los medios posibles, sino que además, en un discurso que ofreció en una entrega de armas de reglamento a nuevos oficiales del Estado Mayor de Miraflores, en La Paz, Arce destacó: “Es un orgullo que la comunidad internacional nos coloque entre los países mejor preparados para enfrentar las consecuencias del impacto de un conflicto bélico armado en Ucrania que nace del intento imperialista de sentar hegemonías para continuar explotando y oprimiendo a nuestros pueblos”. Y luego añadió: “Gracias a esta política soberana, a diferencia de otros países, en Bolivia no hay inflación galopante ni tenemos escasez de alimentos”.
Hace aproximadamente un mes atrás, la BBC también publicó una nota en la que destacaba la baja inflación en Bolivia, sobre todo en comparación a los países vecinos, como Brasil y Chile, que tienen cifras de inflación dos dígitos, y ni qué decir de Argentina, que la registra por encima del 50%.
Más allá de discutir específicamente dónde está la inflación en Bolivia (que la hay, y mucha), es cierto, el régimen de Arce ha logrado contener tanto la inflación creada por la gran mayoría de países alrededor del globo para tratar de mantener a raya los efectos de la Gran Recesión, como por su propia política de gasto excesivo, estableciendo una política de tipo de cambio fijo desde noviembre de 2011.
Sin embargo, a pesar de que esta iniciativa ha sido aplicada con éxito no intencionado durante ya casi 11 años continuos, esta política de corte conservador que restringe el gasto no tiene manera de sostenerse si este último se incrementa de manera continua desde que se impuso el Modelo Económico Social Comunitario Productivo Boliviano (MESCPB) en 2006.
Pero la llegada del gran rompimiento de este régimen del que depende toda la economía del país, sin temor a equivocaciones, es solamente cuestión de tiempo. De hecho, podría estar más cerca que nunca: muchos dijeron -políticos y economistas opositores entre ellos- que el MESCPB tenía los días contados porque los elevados precios de las materias primas que el país exporta podrían desplomarse como lo hicieron en 2014.
No obstante, hoy los elevados precios de manera sostenida están de vuelta, pero para agravar la ruina ya no solo de la nacionalizada Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), que no hace más que incrementar la importación de combustibles conforme pasa el tiempo y arriesgar no sólo los contratos de exportación de gas a Argentina y Brasil, sino el abastecimiento de la demanda interna -que todavía subsidia peligrosamente– en menos de 10 años.
En otras palabras, el modelo de Arce no se sostiene ni siquiera con los precios del barril de petróleo WTI nuevamente en $140, porque el régimen de gasto masivo, endeudamiento récord y acumulación del déficit ha impedido la inversión en nuevas exploraciones y, por tanto, generar nuevas capacidades de producción. Bolivia no tiene oportunidad alguna de aprovechar este segundo gran auge de materias primas porque nunca se preparó para ello.
Todo esto se traduce en la falta de financiamiento, como ya apuntamos en varias oportunidades: dado que las reservas en divisas no alcanzan ni para dos meses de importaciones, justamente este pasado domingo se supo que el Banco Central busca “invertir” las reservas de oro en mercados internacionales -que, por cierto, representan algo más de un 50% de las reservas brutas– para conseguir liquidez y pagar al menos la Renta Dignidad.
Pero todavía no hemos hablado del contexto de la guerra de Rusia contra Ucrania. Uno de los varios factores que está impulsando los precios de las materias primas al alza, es que, debido a la interrupción de la importante capacidad de producción global de granos que reunían entre ambos países hasta la invasión, el resto del mundo todavía está tratando de sustituirlos como puede.
Bolivia también ha tratado de hacerlo desde el ámbito privado, pero no solo lo está impidiendo el estratosférico encarecimiento de la inversión privada que el Movimiento al Socialismo (MAS) ha provocado con toda una batería de medidas auténticamente liberticidas desde que tomó el poder, sino que ahora también ha vuelto a las viejas prácticas típicamente fascistoides de amenazas y persecución política.
Arce negó primero la posibilidad de que esta coyuntura internacional afecte la economía del país debido, entre otros aspectos, a que la Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (Emapa) tendría la capacidad de producir y evitar la escasez de alimentos en el país, para finalmente garantizar la seguridad alimentaria. Más tarde, acusó al empresariado privado fundamentalmente cruceño, que produce casi el 80% de la canasta básica del país, de haber elaborado una extraña estrategia para importar maíz transgénico, lo cual constituiría un atentado contra la salud de la población. Y finalmente, acaba de acusarlos también de cometer el delito de “agio y especulación”, al punto de, además, amenazarlos con la expropiación de sus tierras y centros de producción y acopio.
Lo último que ha sucedido en este sentido es que este jueves el régimen de Arce ha impuesto un estado policíaco de búsqueda de galpones que estarían ocultando maíz. Efectivamente, ha encontrado cuatro pobres galpones que, al menos si se pudiera juzgar por las fotografías que se presenta en las notas de prensa, no reúnen más de unas decenas de quintales.
¿Cuál de todos estos pequeños detalles será que The Economist ha olvidado tomar en cuenta para considerar a Bolivia como el país menos vulnerable de América Latina a los efectos de la guerra de Putin? Sólo queda imaginar cuánto peor estará el resto de la región para ver cómo ahora el Estado Plurinacional empieza a recibir todos esos grandes capitales que no encuentran refugio ni consuelo ya no sólo en la región, sino en el resto del globo.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera.