Los mercados recibieron la noticia de la victoria de Guillermo Lasso en las elecciones de abril de 2021 con mucho optimismo, y le dio un respiro importante al país. Fue algo que se reflejó en el comportamiento de los bonos ecuatorianos.
Pero también se sabía que sería un gobierno difícil para Lasso por la falta de votos con la que alcanzó la presidencia. Todas las reformas estructurales pro mercado (recortes de impuestos para la atracción de capital privado internacional, el apoyo a emprendedores y la modernización financiera como complemento indispensable de la dolarización, entre otros) que se proponía implementar en Ecuador dependería demasiado del consenso que pudiera conseguir en el Legislativo, pero sería especialmente difícil también porque asumía el mandato en medio de una severa crisis económica heredada de la era del correísmo y de Lenín Moreno, además de nada menos que la pandemia.
Comenzó su trabajo cumpliendo promesas de campaña, con una ejemplar campaña de vacunación que, si bien había sido iniciada por Moreno, supo concluir en buenos términos. Gracias a esto Lasso recibía un voto de confianza del público importante y, por tanto, con optimismo.
Sin embargo, el estilo de gobierno y las concesiones políticas a la izquierda empezaron a notarse pronto cuando no sólo terminó incrementado impuestos, sino además imponiendo controles de precios y restableciendo la subvención al consumo de hidrocarburos probablemente con el mismo temor que tuvo Mauricio Macri en Argentina cuando había que realizar ajustes y optó por el gradualismo para que de todas maneras le incendiaran el país después.
Pues dicho y hecho, así como sucedió con Sebastián Piñera y el incremento del pasaje de metro en 2019, o con Iván Duque en 2021 con el incremento de impuestos, Ecuador ha cerrado el primer semestre de 2022 con una agresiva huelga nacional que pretendía derrocar a Lasso durante varias semanas.
En consecuencia, Lasso se vio obligado a establecer el estado de excepción en seis provincias del Ecuador de manera simultánea frente a las olas de violencia organizada por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), que causaron serias pérdidas de producción y agravaron todavía más el escenario fiscal.
Así como se escuchaba a Evo Morales ordenando a su partido “que no entre comida a las ciudades” de Bolivia a finales de 2019, el indigenismo ecuatoriano que se opone a la reducción de subsidios al consumo de hidrocarburos por mínimo que fuere, comenzó a repetir la consigna de “comunismo indoamericano o barbarie” contra el gobierno de Lasso en Ecuador, también para dejar a las ciudades sin alimentos durante varios días.
De esta manera los bonos ecuatorianos comenzaron a dispararse ante el temor de que Guillermo Lasso no tenga la capacidad de concluir su mandato en 2025.
Este comportamiento de los activos ecuatorianos se ha extendido incluso durante inicios del mes de julio y a pesar de que no pudieron destituir a Lasso en el Legislativo y a pesar de que luego de un diálogo se estableciera una tregua de apenas tres meses. Los inversionistas siguen preocupados al punto en que los bonos en dólares del país han caído casi un 22% solamente en junio.
Peor aún, los bonos soberanos de Ecuador cerraron el primer semestre habiendo sido los de peor desempeño entre las economías emergentes. Solamente tuvieron peor desempeño los del Líbano, que no ha pagado a sus acreedores en más de dos años, y los de Ucrania, que se encuentra devastada por la guerra y explorando opciones de reestructuración.
Los temores de los inversores están pues justificados, porque la última vez que Ecuador cayó en default fue hace apenas 2 años, luego de que, en 2019, el descontento social que causó el mismo levantamiento de los subsidios a los combustibles obligó al entonces presidente Lenín Moreno a trasladar su gobierno a la ciudad de Guayaquil.
No obstante, nada está dicho aún, con lo cual, la incertidumbre sobre el futuro del gobierno de Lasso en Ecuador permanece, y habiendo visto lo visto en Argentina, Chile y Colombia, no será extraño que termine siendo derrocado o cediendo a la presión hasta un eventual retorno del correísmo o la reinstalación de la extrema izquierda en el poder.