El mundo, y desde luego aún más Iberoamérica, está expectante sobre lo que vaya a suceder en Venezuela ante las polémicas elecciones generales de este domingo, un evento que podría dar un giro de 180 grados al futuro del país luego de 25 años continuos de tiranía socialista con 9 millones de desplazados por hambre y persecución, y más aún si existe la expectativa de que sea Donald Trump el que gane las elecciones de Estados Unidos en noviembre, dado que Joe Biden ha demostrado durante sus 4 años de Gobierno que Hispanoamérica no ha sido una prioridad para su gobierno (en este período China ha superado a Estados Unidos como el principal socio comercial en la región, por ejemplo), y que ahora podría ser diferente.
Venezuela representa un serio problema de seguridad internacional, porque constituye uno de los enclaves más importantes del crimen internacional organizado que ha habido en la historia de América Latina, directamente vinculado a enemigos abiertos de Occidente como Cuba, Irán, Rusia y China, entre varios otros.
Estos han hecho muchos esfuerzos por legitimar el régimen de Nicolás Maduro facilitando el acceso de financiamiento y la vinculación al sistema financiero internacional, además de lavar el rostro de una auténtica dictadura y mostrarla como una democracia liberal equivalente a cualquiera de las del hemisferio occidental.
Algunos líderes políticos latinoamericanos que defienden abiertamente las democracias liberales se han pronunciado en abierto apoyo a los candidatos opositores y por un proceso limpio de transparente, Tal ha sido el caso de los ex presidentes argentino y boliviano Mauricio Macri y Jorge Tuto Quiroga, llamando «dictador» a Nicolás Maduro y denunciando los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su régimen, entre otros aspectos igualmente importantes.
También ha habido casos en los que sus otrora camaradas de lucha política, como Gustavo Petro de Colombia, o el presidente brasileño Lula Da Silva, han condenado las amenazas de Maduro de vivir un «baño de sangre» si acaso no se mantiene en el poder por medio del voto.
Pero otros como Alberto Fernández de Argentina, Ernesto Samper de Colombia y José Luis Rodríguez Zapatero de España, han aceptado en un claro acto de complicidad la invitación de del Consejo Nacional Electoral (CNE) que controla la dictadura, para ser veedores de un proceso electoral que, de entrada, y con mucha anticipación, es sabido que está viciado de numerosos elementos para un fraude doloso, como el solo hecho de que la figura de Maduro aparece 13 veces en la papeleta electoral. Curiosamente el miércoles el CNE le retiró la invitación a Fernández, tras unas declaraciones en las que el exmandatario kirchnerista asomó que el perdedor de los comicios tenía que aceptar el resultado sin chistar.
Entonces, sin duda alguna, las elecciones de este domingo en Venezuela serán un evento fundamental para el futuro político y en materia de seguridad y defensa de la región.
Bolivia en el letargo
Lamentablemente, en este escenario Bolivia permanece en el statu quo. Ninguna de sus figuras de oposición se ha pronunciado sobre el fenómeno opositor que se vive desde hace meses -si no acaso varios años- bajo el liderazgo de María Corina Machado, a pesar de que, siendo que el país también representa un serio problema de seguridad en el corazón de Sudamérica, y de que la sola caída del tirano Maduro ayudaría enormemente a la causa de la libertad y también con la crisis económica cada vez más severa que atraviesa desde hace año y medio.
En los últimos meses, Bolivia ha sido denunciada por la seguridad argentina de presumiblemente alojar miembros del grupo terrorista iraní de Hezbolá, y con serias sospechas también por parte de la seguridad chilena de que a estos se les hubiera otorgado pasaportes falsos, pero, a pesar de ser asunto grave, no ha habido, por ejemplo, iniciativa alguna por parte de autoridades opositoras del Legislativo para iniciar investigaciones o exigir explicaciones al respecto, y explotarlo políticamente.
No resulta sencillo explicar por qué Bolivia permanece en tal estado de adormecimiento, sin ideas ni iniciativas, salvo alguna honrosa -pero pequeña- excepción. Tal vez sea porque a su gente todavía le resulta muy difícil de creer que la crisis sea permanente y no un problema pasajero, y que apenas empieza, o peor aún, que el auge artificial previo que el país ha experimentado ha sido tan extraordinario, como grande y dolorosa es la factura que todavía resta pagar. Pero por sobre todas las cosas, tal vez lo más difícil de aceptar sea la idea de que lo que hoy vive Bolivia es justamente lo que los venezolanos ya vivieron por desestimar la posibilidad de convertirse en una nueva Cuba.
Ojalá que al menos aquel día para el que la gente de bien se prepara para echar al tirano socialista en Venezuela, el pronunciamiento de quienes están llamados a hacerlo sea contundente, por el bien de los venezolanos y todos quienes valoran la libertad.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera (España), el 25 de julio de 2024.