El Nobel para Hayek en 1974: 50 años de un humilde mensaje demoledor

Friedrich August von Hayek. Hablar de él es referirse a una de las mentes más brillantes y trascendentales del siglo XX. Un filósofo multidisciplinar, un pensador liberal que dejó una marca indeleble con su obra, cuya influencia ha ido creciendo en los más diversos campos. Sin embargo, fue un día como hoy, el 9 de octubre de 1974, cuando Hayek fue anunciado como uno de los ganadores del Premio Nobel de Economía, compartiéndolo con Gunnar Myrdal. Y aunque el reconocimiento por sus contribuciones fue motivo de celebración, lo que Hayek estaba por entregar en su discurso de aceptación el 11 de diciembre en Estocolmo fue algo más profundo: una crítica feroz a la deriva que había tomado la ciencia económica durante más de un siglo, un error que sigue vigente hasta nuestros días.

El motivo del Nobel de Economía para Hayek

Después de su participación en la Primera Guerra Mundial, Hayek ingresó a la Universidad de Viena, donde estudió Economía Política bajo la tutela de Friedrich von Wieser, uno de los principales representantes de la segunda generación de la Escuela Austríaca de Economía. En ese momento, curiosamente, Hayek aún se consideraba un socialista fabiano, creyendo en la capacidad benévola del Estado para mejorar el orden social, o sea, creía que una intervención estatal moderada podría traer mejoras reales.

Todo cambió cuando leyó Socialismo de Ludwig von Mises, publicado en 1922, basado en el Teorema de la Imposibilidad del Cálculo Económico en el Socialismo. Fue este libro el que provocó una revolución en su pensamiento y lo llevó a abandonar el socialismo. A partir de ahí, comenzó a colaborar estrechamente con Mises, primero en la oficina de reparaciones de guerra que dirigía Mises, y luego en el Instituto Austriaco del Ciclo Económico, donde ambos trabajaron codo a codo. Además, Hayek se convirtió en uno de los participantes más activos del seminario de teoría económica que Mises organizaba quincenalmente en su despacho.

Es en este contexto que Hayek desarrolló dos de sus contribuciones más importantes: un complemento al Teorema de Mises sobre la Imposibilidad del Cálculo Económico en el Socialismo, y la Teoría del Ciclo Económico. Si con Mises el socialismo es imposible debido a la ausencia de precios emergentes por la falta de propiedad privada sobre los medios de producción, con Hayek el socialismo fracasa porque el conocimiento está disperso de tal manera que no puede ser articulado centralmente.

El Nobel para la teoría de los ciclos de Hayek

La teoría del ciclo económico de Hayek se construye sobre las bases de Mises en 1912. Mientras que Mises centra su análisis en las distorsiones causadas por la política monetaria, específicamente la reducción arbitraria de las tasas de interés, que bloquea la función empresarial, Hayek se enfoca en cómo esta intervención afecta la asignación de capital a lo largo de las etapas de producción en la economía. Para Hayek, lo crucial no es tanto la demanda de bienes de consumo, sino cómo la inversión, y no el consumo, es lo que verdaderamente sostiene el empleo y los ingresos. La compleja estructura de capital es la que define la salud de la economía, no el consumo inmediato, una observación que resulta tan aguda como vigente.

De esta forma, Hayek considera -y esto es fundamental en su obra- que el mejor test para un economista es comprender que la demanda de bienes de consumo no asegura el empleo ni los ingresos, sino que es la inversión lo que los sostiene, pues, teniendo en cuenta la complejidad de la estructura de capital, el aumento de la demanda de consumo perjudica el empleo en las etapas más alejadas de la producción.

Este análisis profundo y elegante le valió a Hayek el Nobel de Economía. Sin embargo, su reconocimiento no fue inmediato. Tras los debates en los años 30 sobre las causas de la Gran Depresión, la victoria mediática y política fue para Keynes, cuyas ideas dominaron el panorama por casi tres décadas, hasta que la estanflación de los años 70 confirmó las advertencias de Hayek. Ese fue el punto de quiebre, cuando el público finalmente comenzó a reconocer la superioridad de su análisis.

Hasta aquel entonces, Hayek había atravesado por un largo período de problemas personales, desde desórdenes metabólicos muy extendidos hasta la depresión a la que contribuyó el fallecimiento de su maestro, Ludwig von Mises, en 1973, pero un día finalmente todo cambió para él y para la propia Escuela Austríaca.

El discurso de Hayek y el avance de la Escuela Austríaca

A pesar de que ya en 1944 Hayek había escrito Camino de Servidumbre denunciando que, entre otros aspectos, Keynes y similares habían concedido un cheque en blanco a los políticos que degeneraría en corrupción y totalitarismo, y de que sus importantísimos aportes superan incluso a aquellos con los que contribuyó a la Ciencia Económica, luego de los extensos debates sobre las causas de la Gran Depresión en los años 30 el público no concedió la victoria a Hayek sobre Keynes, quien cobró mucha fama e influencia sobre todo en el mundo de la política durante casi 30 años, hasta que, finalmente, llegó el período económico inevitable como consecuencia de las políticas keynesianas que el propio Hayek había advertido que, aunque pasaran muchos años: la estanflación de los años 70.

En 1947 Hayek fundó la muy fecunda y todavía vigente Sociedad Mont Pelerin que, aunque Mises la tachó a todos de ser “a bunch of socialists”, reunió a los más destacados economistas, filósofos y pensadores liberales de todo el mundo con el objetivo de defender los principios de una sociedad libre y fomentar el intercambio de ideas sobre la economía de mercado, la libertad individual y la crítica todo tipo de colectivismo.

La Sociedad Mont Pelerin fue la plataforma sobre la que Milton Friedman saltó a la fama. Lo hizo primero porque fue suficientemente astuto para afirmar que si bien la síntesis macroeconómica que John M. Keynes había desarrollado era tan sencilla como fácil de comprender, su legado político había sido muy negativo. Y luego porque tanto Friedman como los monetaristas de Chicago supieron cómo lidiar con la estanflación de los años 70 en Estados Unidos como consecuencia de 30 años de políticas keynesianas: rechazaron las políticas de los keynesianos y los vínculos que establecían entre inflación y desempleo en la Curva de Phillips, demostrando que los estímulos fiscales y monetarios habían fallado al no prever la coexistencia de inflación y alto desempleo.

Lo que hizo Friedman fue argumentar que la inflación era en todo momento y lugar un fenómeno monetario causado por un exceso de oferta de dinero, por lo cual planteó el objetivo de controlar la oferta monetaria y reducir su crecimiento para frenar la inflación, combinando esto con políticas que permitieran que el mercado laboral se ajustara, aunque esto implicara inicialmente un aumento del desempleo; tenía razón, pero la teoría explicativa sobre las crisis iniciada por Mises y luego complementada por Hayek era considerablemente mejor.

Ahora, si bien Hayek coincidía con Milton Friedman en que la inflación es un problema mucho más serio que el desempleo, Friedman se había deshecho siempre en elogios con Keyes por la originalidad de su mente y haber creado la macroeconomía, que Hayek más bien le criticó severamente a él y a tantos otros economistas considerándolos enemigos de la sociedad extendida, porque su metodología científica no solo oculta las complejidades del mercado, sino que explota el formalismo matemático y subestima la importancia del mercado y el orden espontáneo en la coordinación económica.

Es más, si bien Hayek habló bien de Friedman por haber desarrollado y haber sabido defender la Teoría Cuantitativa del Dinero, que, aunque no expresaba todo lo necesario al respecto, era muy sencilla y fácil de comprender para el público en general y los responsables de la política económica en particular, también llegó a decir que, después de La Teoría General de Keynes, el libro más peligroso para la Ciencia Económica había sido Ensayos Sobre Economía Positiva de Milton Friedman.

Con esto, Hayek criticó severamente tanto las teorías típicamente keynesianas del subconsumo y el enfoque macroeconómico que, según él, conduce al error del socialismo y la ingeniería social o la pretensión de diseñar la sociedad mediante mandatos coactivos, como también así los vicios positivistas e híper-reduccionistas de Friedman. Para Hayek, en cambio, la verdadera Ciencia Económica se basa en el cálculo económico y el entendimiento de los costos de oportunidad que permiten los precios de mercado.

El 11 de diciembre de 1974, en su discurso de aceptación del Nobel titulado La Pretensión del Conocimiento, Hayek desató una crítica demoledora contra la metodología que había tomado la Ciencia Económica con la que keynesianos y monetaristas habían sido tan influyentes, una crítica que aún resuena. Argumentó que la economía había cometido un grave error al aplicar los métodos científicos que son propios de las ciencias naturales a la economía, que es una ciencia social, pues resulta que el comportamiento humano y los fenómenos sociales son mucho más complejos y no pueden medirse ni predecirse con la misma precisión que los fenómenos físicos. El mercado, insistió Hayek, es un proceso dinámico donde la información está dispersa entre millones de individuos, y cualquier intento de centralizar ese conocimiento, como pretendían los planificadores, estaba destinado al fracaso.

Más aún, para Hayek, el mercado y los precios transmiten información vital de manera mucho más eficiente que cualquier sistema centralizado. La idea de que un pequeño grupo de economistas o planificadores puede tener todo el conocimiento necesario para diseñar políticas económicas es una arrogancia fatal. Esta fue la esencia de su mensaje: la economía es una ciencia que debe respetar la complejidad y el carácter impredecible de las sociedades humanas, y que solo a través de la libertad y el mercado podemos coordinar eficazmente nuestras acciones.

De esta manera, el Nobel para Hayek se tradujo en un empujón muy importante para el resurgimiento de la Escuela Austríaca con las siguientes generaciones de economistas donde destacaron Murray N. Rothbard e Israel M. Kirzner, este último el único economista austríaco que lo ostentaría luego de nada menos que cinco décadas.

La ratificación de la crítica del positivismo

El mensaje de Hayek no terminó en su discurso del Nobel. En su obra final, La Fatal Arrogancia, Hayek llevó su crítica aún más lejos, argumentando que esta arrogancia de los economistas positivistas había llevado a desastres económicos y sociales. Ignorar la naturaleza evolutiva y espontánea del orden social no solo es un error teórico, sino que también conduce a intervencionismos destructivos. El mercado, a través de la interacción descentralizada de millones de personas, genera un orden que es imposible de replicar mediante la planificación centralizada. Este es un principio que los políticos y economistas de hoy harían bien en recordar.

En última instancia, quien desee comprender los errores fundamentales del socialismo y del intervencionismo estatal, y la importancia de la libertad en el orden económico, debe acudir a Hayek. Su obra es más relevante hoy que nunca, y su legado intelectual sigue siendo un faro de luz en tiempos de confusión y caos económico.

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