El confuso mensaje del G-20

El pasado sábado 15 de noviembre se reunió el grupo de países que posee y controla el 85 por ciento del Producto Interno Bruto del planeta, a raíz de la crisis financiera global, con la clara intención de “refundar el capitalismo”.

Los resultados de la reunión en Washington se dieron luego de algunas inclinaciones a favor de una economía de orden natural y espontáneo, que funcionara con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado y permitiera que sea el propio mercado el que se acomode a las exigencias y necesidades de quienes participan en él; pero otras –la mayoría- formaron una corriente a favor de una economía con mayor regulación, una economía planificada en la cual el Estado tiene un protagonismo que controla y sanciona.

Encuentros como éste no se dan muy seguido y, por tanto, no pueden darse el lujo de discutir demasiado esta clase de problemas, sobre quién tiene la culpa y las consecuencias para los más pobres. Este encuentro parece haber entendido ese primer paso y ha producido rápidamente un documento con resultados importantes, empero, con algunos puntos imprecisos que denotan desacuerdo, cuando no confusión.

Resultados

El G-20 parece haber entendido que esta crisis no es como la que se vivió con la Gran Depresión de 1929, en la cual “solamente la intervención del gobierno logró recuperar a la economía americana”, como los oportunistas de la planificación tanto insisten en anotar. Esta vez de trató de un acuerdo sobre la confianza en el libre mercado, en la globalización y la apertura de fronteras al movimiento de mercancías y capitales, y en un sistema financiero con una regulación que no impida el dinamismo y la innovación necesaria para el crecimiento y la reducción de pobreza.

Dada ésta declaración de principios, la reunión se concentró en determinar las causas de la crisis, encontrando errores en las políticas de gestión de riesgo de las entidades financieras, en la complejidad y poca claridad de los nuevos instrumentos financieros y en la mala gestión de políticos, reguladores y supervisores, que fueron incapaces de seguir el ritmo de la innovación financiera.

Desacuerdos

Varios de los protagonistas asistieron al encuentro con la exagerada esperanza de participar en una segunda versión de Bretton Woods, donde se fundaron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, aunque replanteando algunas de las falencias que no daban cabida a las economías emergentes, pero también arriesgando las virtudes del actual sistema financiero, al haber posibilitado el avance de gigantes como Microsoft, Intel o Google.

Ése es el viejo problema: todo el mundo está de acuerdo en la reformulación del papel que juegan algunos organismos internacionales, pero difícil ya le fue al Bretton Woods de 1944 empezar a planificar la economía mundial solamente entre Estados Unidos y Gran Bretaña; por tanto, ¿no será más complicado hacerlo con 18 representantes que quieren crear un banco central de bancos centrales, con una economía mucho más dinámica, competitiva y espontánea? De hecho ya plantean refundar un capitalismo que solamente Tomás Moro entendería, un nuevo mundo sin novedades, sin un nuevo concepto de sistema financiero.

Política y economía

Es verdad que esta reunión significa un avance importante para generar expectativas positivas y confianza en la interpretación de lo que sucede con la crisis, pero lo que cabe anotar es que a la cumbre asistieron los políticos que buscan la oportunidad de mostrar el poder que tienen para influir en el mundo; no por nada se habló de una “mayor coordinación fiscal”.

A esta clase de políticos le encanta la construcción teórica keynesiana de la intervención del Estado en la economía, porque además de permitirles aparecer como los enviados que traerán la paz y la solución de todas las desgracias del mundo les resulta la mejor forma de concentrar el poder, mediante el control de un gasto que termina siendo excesivo y por el que tienen que responder los próximos gobiernos. Y en esta cumbre lo más conveniente fue apuntar a todo aquel sistema que no permita la concentración de poder; sin embargo, lo que todo el mundo pierde de vista es que si los malos políticos están hoy reunidos no sólo es porque nunca perdieron el poder, sino porque toda crisis es momento para buscar más poder.

Todo el mundo contento

Para lograr este cometido, sin embargo, tienen que decir lo que todo el mundo quiere escuchar. Los que no están de acuerdo con el abuso del poder, mediante la excesiva intervención del Estado en la economía, consiguieron manifestarse en la declaración de principios a favor de cualquier nueva regulación que no impida la innovación; los que quieren enfermarse con mayor poder consiguieron hablar de mayor control del sistema financiero y de la economía mundial.

La economía financiera -mucho menos el orden económico mundial- no cambiará porque un papel firmado por 20 ó 199 mandatarios de Estado así lo diga, sino por la capacidad y disposición que la gente tenga para reducir el impacto de las malas decisiones de los malos políticos y el tamaño del botín político que persiguen, pero, sobre todas las cosas, para aceptar nuevos cambios, de manifestar la necesidad de desenvolverse en libertad ante nuevos paradigmas.

Como siempre, dijeron todo y no dijeron nada, pero lo que está claro es que no hay nada claro, que hay que aceptar las virtudes del libre mercado, la apertura de los mercados de capitales y la globalización, pero siempre que haya espacio para su control y planificación, lo que quiere decir que el G-20 produjo el consenso de algo así como una “globalización planificada” y, para colmo, en la próxima reunión del 31 de marzo en Londres seguramente se pondrán de acuerdo en un nuevo orden económico mundial que emule “la mano invisible del Leviatán” para los próximos cincuenta o cien años.

Así está el mundo, perdiendo de vista los errores del pasado que diseñaron el presente, y desafiando la oportunidad que los individuos tienen para construir su propio futuro.

Publicado en Semanario PULSO.

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