El problema de la deuda helena es sumamente serio para la misma existencia de la moneda del euro y, por tanto, de todo el euro sistema. Hace ya un año, Grecia había sido el primer país de la zona euro en ser rescatado, pero los resultados han sido un rotundo fracaso.
Cuando en abril de 2010 el mundo debatía sobre el rescate griego a imagen y semejanza del estadounidense –que también resultó siendo una estafa– todo giró en torno a las graves consecuencias que traería permitir la quiebra, pero ni siquiera se consiguió que Grecia pague precios de mercado por cualquier préstamo de rescate, o bien que no sea privilegiada con las tasas inferiores que concede el Banco Central Europeo (BCE), sino que se terminó prolongando la agonía.
Era evidente que habría consenso: si Grecia conseguía el rescate, quienes se encontraban en una situación similar (Irlanda, Portugal y España) ya tendrían toda una negociación recorrida con el ente emisor y, por tanto, un objetivo asegurado.
En ese entonces, explicamos que el problema con los PIIGS y la Unión Europea tiene que ver con la política de dinero fácil del BCE, y no necesariamente con el hecho de que estos países compartiesen moneda, pues esto imposibilitó que cada gobierno iniciara una carrera de devaluación de monedas domésticas, mala práctica que tan bien se conoce en América Latina, y que bien sabemos que no solo posterga los problemas a futuro, sino que trata las medidas concentradas en sus consecuencias, mas no en sus causas.
Para el momento en que se llevó a cabo la cumbre extraordinaria de la Unión Europea los pasados 11 y 12 de marzo de 2011, el nuevo “pacto por el euro” pudo haber dado paso a reformas aún parciales como el aumento de la edad de jubilación o la reforma del mercado laboral, pero al menos el mundo académico ya había planteado preguntas mucho más serias y necesarias como qué sucedería si el país más grande y solvente de la Unión, Alemania, hubiese abandonado el euro –de hecho, algunos sostienen que el euro fue adoptado para acabar con el marco alemán y así deshacerse de la disciplina del Bundesbank para lograr mayor centralización política- o qué hubiese sucedido si el resto de países sobre endeudados hubiesen adoptado nuevamente sus monedas domésticas.
No obstante, muy pocos fueron quienes defendieron los beneficios que podía traer la quiebra de Grecia ya en ese entonces. ¿Qué hubiese sucedido si Grecia hubiese quebrado hace un año, representando tan sólo un 3 por ciento del Producto Interno Bruto de la economía del euro? ¿No hubiese sido saludable para el euro y para todos? ¿Irlanda, Portugal y España no hubiesen realizado mucho antes las mismas reformas que el “pacto por el euro” busca hoy?
Si Grecia hubiese quebrado hace un año, no sólo se habría considerado a la moneda común como una moneda seria, sino que habría recobrado valor con mayor velocidad, no se hubieran generado nuevas y más grandes burbujas al rescatarse países como Irlanda, Portugal y, muy probablemente, España, y el efecto dominó no sería sobre las reformas necesarias, sino sobre el colapso de la moneda.
A pesar de que ya eran insostenibles hace un año, luego del rescate se descubrió que la deuda y el déficit de Grecia habían sido “maquillados” y ahora alcanzan el 145% y el 10,5% de su PIB respectivamente. Además, los riesgos inflacionarios que ahora corren por todo el territorio europeo, sólo pueden ser nuevamente factura del BCE.
Con estos antecedentes, volver a plantear el rescate para cualquier país es tan absurdo como pensar que es posible escapar de un hoyo si se sigue cavando, y aún más si siempre se supo dónde está la salida.
Artículo publicado en Página Siete, Los Tiempos y Hoy Bolivia.