¿Alguien recuerda todavía el optimismo con el que todo el mundo arrancaba 2018 por el crecimiento internacional sincronizado? Pues todo esto empezó a borrarse tan rápido como para el segundo trimestre, cuando las señales de desaceleración de la eurozona empezaban a aclararse y el dólar, al mismo tiempo, no dejaba de revaluarse de la mano de Jerome Powell, afectando todavía más al rendimiento de las economías emergentes que no habían hecho sus deberes cuando correspondía.
Más aún, las advertencias que tantos hicieron desde 2008 sobre el experimento monetario de Bernanke, y sobre todo desde mediados de 2017 y mediados de 2018 sobre la vulnerabilidad de los mercados y la acumulación de deuda tanto pública como privada, que asciende ya a los $182 billones (60% más que en 2007), podrían haber empezado a hacerse realidad: después de alcanzar los máximos de enero y diciembre, y de haberle costado 10 meses volver a romper esos niveles, el Dow Jones cayó 1.540 puntos en sólo dos días la anterior semana.
Nadie está muy seguro de que esto se trate de la esperada gran corrección o incluso recesión inicial, pero tampoco hay quién asegure lo contrario. Lo que sí preocupa es qué tan bien podrían hacerlo países como Bolivia, de comportamiento tan similar al de los emergentes, que son los principales afectados de la nueva política económica de EEUU, en una posible nueva y más grande crisis que la de 2008.
Esta fue la pregunta más importante en Bolivia hace diez años, y la respuesta del Gobierno fue el archiconocido blindaje, que ya sabemos que no fue tal porque, recordemos, las materias primas se mantuvieron muy por encima del promedio de los anteriores cinco años y rebotaron gracias al experimento del QE de la Fed y el resto de bancos centrales más importantes, y porque la puesta del Gobierno fue todavía mayor gasto y endeudamiento. Hoy, sin embargo, la exposición y vulnerabilidad son considerablemente mayores: con el déficit rondando el 8% por quinto año consecutivo, las dudas sobre el auténtico nivel de la deuda pública con China, un año electoral de gasto récord y una cercana devaluación cambiaria por pérdida de reservas a niveles preocupantes, hacen que el panorama de corto plazo pinte en absoluto halagüeño.
¿Qué posición tomar? El cierre del año implica el inicio de la retirada de estímulo del conjunto de los bancos centrales que durante 10 años siguieron a la Fed, una escalada de tensiones comerciales entre EEUU y China, nuevas devaluaciones del yuan, volatilidad en el precio del petróleo y otros riesgos políticos y económicos locales como en Italia y España.
Entonces, por un lado, guardar cautela, prestar atención a los cambios en la renta variable fundamentalmente americana por si hay o no mayores reformas fiscales a partir de las midterm elections del 6 de noviembre, alejarse definitivamente de la renta fija global mientras el horizonte macro no sea más claro; y para empresarios locales de Bolivia en particular, desapalancarse lo más posible, incluso si esto implica tener que costear el abandono de un nuevo proyecto de largo aliento o una nueva línea de negocio demasiado ambicioso; pero más importante aún, diluir ahora mismo el creciente riesgo país relacionado fundamentalmente al acelerado deterioro de la seguridad jurídica.
Y por el otro lado, ¿dónde están las oportunidades para los Contrarians si esto se trata de la mentada corrección? Para los más osados, en compañías mineras de oro o el sector tecnológico chino como JD.com o Tencent, teniendo reserva con las complicadas figuras jurídicas típicas que tienen como VIEs (Variable Interest Entities); sin duda el timing será complicado, pero con seguridad que la volatilidad que se espera de las nuevas devaluaciones del yuan ofrecerá las mejores oportunidades.
Artículo publicado en América Economía.