“No hay mayor riesgo que cuando no se percibe el riesgo.” – Howard Marks
Ninguna sorpresa. El pasado 12 de julio, el FMI publicó un análisis de Yehenew Endegnanew y Dawit Tessema, donde ya se calcula (y se recomienda, desde luego) que para balancear el actual nivel de déficit y endeudamiento será necesario incrementar el IVA del 13% al 20%, por si acaso no fuera ya suficiente que Bolivia es el infierno fiscal de América Latina junto a Argentina y Ecuador. Pues como tanto lo advertimos, esto ya está sucediendo.
Este capítulo ya lo vimos nada menos que en Grecia, que ha necesitado no sólo de la intervención permanente del Banco Central Europeo en el mercado secundario para que el sector bancario y financiero no terminara de desplomarse entre 2007 y 2008, sino también de la intervención de la troika (los acreedores de la UE, BCE y FMI) en tres oportunidades, en la resistencia del Gobierno de Alexis Tsipras, cuyo objetivo siempre fue “liberar al país de la austeridad,” de cumplir con los criterios del Tratado de Maastricht. Estas intervenciones, sin embargo, si bien sirvieron para la estabilización, más no lo hicieron para la recuperación, sólo prolongaron la agonía recurriendo sistemáticamente al incremento de impuestos como el IVA, que ha pasado del 18% en 1987 al 24% actual.
Pero han tenido que pasar 10 años innecesarios para que, finalmente, el pasado 7 de julio ganara un partido de centro-derecha como Nueva Democracia, de Kyriakos Mitsotakis, que barriera del Parlamento tanto al Syriza de extrema izquierda, como al neonazi Amanecer Dorado, y estuviera decidido a reducir la deuda (la más alta de la UE con un 180% del PIB) y el déficit público recortando el gasto, e incrementar los sueldos mediante la reducción de impuestos y la consecuente atracción de inversión extranjera directa desde la primera semana de mandato, para relanzar el crecimiento (que en 2018 fue apenas del 1.9% del PIB).
Desde luego que no será fácil; en las elecciones también ha ganado espacio en el Parlamento el nefasto personaje de Yanis Varoufakis, que, sin haberle sido suficiente el semestre de 2015 que protagonizó como titular de Hacienda llevando a Grecia nuevamente a la recesión justo cuando la economía empezaba a mostrar signos de mejoría, ha prometido combatir la austeridad.
Y algo muy similar se vio también con el gradualismo macrista en Argentina, que, en su resistencia al ajuste y reforma, ha terminado reviviendo las posibilidades del que el peronismo kirchnerista retorne al poder, y necesitando de la asistencia del FMI con el mayor programa de préstamo de la historia del organismo solamente para estabilizar el mercado cambiario, y no así para financiar siquiera la transición de un modelo económico a otro; faltará todavía más luego de las elecciones de octubre para encontrar el sendero del crecimiento de largo plazo.
Como se vio no sólo en Grecia, sino a lo largo de todo Occidente, aunque con honrosas excepciones como la de los bálticos, la socialización de pérdidas en Bolivia será larga y complicada por acumulación de deuda y déficit, entre varios otros. Sin embargo, nótese que el riesgo potencial en Bolivia es relativamente mayor que el que Grecia llegó a representar en determinado momento: la moneda común del euro (símil de tipo de cambio fijo en la eurozona) ha forzado a los políticos populistas a ceder ante la austeridad, aunque falte demasiado para las reformas necesarias. En Bolivia, en cambio, si finalmente se recurre a la devaluación cambiaria como mecanismo de autofinanciamiento público y transferencia forzosa de riqueza de la ciudadanía al Gobierno, tendrá una crisis a la griega más inflación.
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