Claro que en Bolivia hay inflación, y mucha. Está fuera del IPC, en activos reales de consumo duradero, y no es reciente, pero si acaso hoy el IPC no está manipulado (no lo sé) es bajo porque no se estimuló frente a las cuarentenas como se pretendía en un principio.
Sucede que el MAS boicoteó las iniciativas de estímulo de Áñez, que iban desde los $2.000 millones hasta los $8.000 millones (un auténtico e irresponsable delirio). Por suerte no sucedió, justamente porque hoy la presión sobre el tipo de cambio sería aún mayor o ya hubieran devaluado salvajemente.
Fue un nuevo acierto no intencionado del MAS, como el del tipo de cambio fijo, que aún sostiene el IPC bajo. Lo que hizo Áñez cuando bloquearon todo financiamiento público externo posible, fue recurrir a la deuda interna, peligroso mecanismo que Arce continuó hasta el día de hoy.
Sin embargo, pese a lo que se dice por ahí, es la única fuente sólida de financiamiento que existe (por eso la puesta en marcha de la Gestora Pública finalmente sería realidad en 2023), y no hace más que incrementar los riesgos en el sistema financiero (llámese AFPs).
Efectivamente, Bolivia todavía vive con estabilidad macroeconómica, pero si realmente se pudiera presumir de ello y no estuviera sostenida por alfileres, el mundo entero estaría haciendo fila por invertir aquí, y no es el caso.
Peor aún, si Bolivia fuera el milagro económico del que tanto se presume, la gente que votó a la extrema izquierda en Chile o Colombia hubiera estado viviendo aquí hace mucho, y no estarían tratando de copiar el modelo en su país luego de 15 años, pero nunca vino nadie.
Es que los riesgos de invertir en Bolivia son simplemente inasumibles, y no se limitan al excesivo gasto público, la acumulación del déficit fiscal y la deuda pública o el riesgo cambiario, que ya sería bastante, sino algo todavía peor.
En Bolivia no existe margen para previsibilidad alguna, la institucionalidad democrática es nula, no hay garantías para la propiedad privada, la capacidad de generar legítima riqueza está acosada de manera permanente y cada vez más intensamente.
Entonces, respecto del corto plazo, si acaso se cree realmente que no existe inflación (no el incremento del IPC, sino la pérdida del valor adquisitivo de la moneda nacional), pues que baje dios y lo vea, y si no, es solamente cuestión de tiempo.
Porque hoy se está tratando de estimular como siempre lo han hecho y como pretendía el mismo gobierno de Áñez, y esto no puede tener buenos resultados. Lo que queda es, así como en Argentina, los ajustes inevitables, y para garantizar que no vueva a suceder, enterrar el modelo.
Tenemos el mismo problema (e incluso peor) del camino hacia el estancamiento inflacionario -el de la estanflación sobre la que tanto se advirtió a toda la legión de keynesianos- que tiene el resto del planeta, solamente que en distinta etapa.
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