Es cierto que Bolivia sufre del problema de balancearse permanentemente entre estatismo y privatización cada 20 o 30 años, aproximadamente, y que ahora, luego de un largo período con uno de los estilos de estatismo más abyectos con el Movimiento al Socialismo (MAS) en el poder, se encuentra nuevamente en quiebra y dirigiéndose a una severa crisis, se prepara otra vez para un nuevo período de reducción del tamaño del Estado.
Sin embargo, el común denominador de lo que ha sucedido cuando el péndulo se ha ubicado en el extremo estatista, nunca ha cambiado las formas de gobernar por medio de la concentración del poder, y no porque así lo hayan decidido sus gobernantes, sino porque, así como muy bien ha señalado siempre el liberalismo, el abuso del poder es aquello en lo que siempre degenera hasta que su ciclo eventualmente termina con una rebelión de la ciudadanía.
Desde luego, los ciclos políticos no siempre son tan claros. Por ejemplo, sería muy extraño escuchar que Bolivia no es un país extremadamente complejo y muy difícil de interpretar. Es como dice aquel viejo adagio popular, el país donde «sucede todo y al final no sucede nada». Así se han ofrecido interpretaciones sociológicas muy complejas sobre su gente, la dinámica de su sociedad, su economía, su política y sus innumerables problemas. Entre varios otros, René Zavaleta Mercado ofreció en 1986 el extraño concepto de «lo abigarrado de la sociedad»; en 1993 Carlos Toranzo habló de «lo pluri-multi», en 1909 Alcides Arguedas habló de un «pueblo enfermo»; y así sucesivamente…
Pero el denominador común de todos estas interpretaciones era la prescripción: la necesidad e implementación de un Estado nacionalista altamente intervencionista en la vida cotidiana de la ciudadanía, la aplicación de un conjunto de ideas preconcebidas, positivistas y perversas orientadas a diseñar, dirigir y ordenar la sociedad de arriba hacia abajo mediante mandatos coactivos, cuyas consecuencias han terminado, como ya advertimos, invariablemente en severas crisis de todo tipo, condenando al país a la incivilización permanente, a la anomia absoluta, a la barbarie.
Hoy en día, ante el agotamiento del modelo económico impuesto por el MAS desde 2006 y la estafa de la nueva Constitución que impuso el Estado Plurinacional, no falta el eterno sujeto oportunista que se recomienda como el nuevo «experto» que tiene la nueva solución de un nuevo Estado del «justo medio», ese que supuestamente acepta la intervención de las fuerzas de oferta y demanda de mercado en la organización de la sociedad, «pero que sepa regular y promover el crecimiento y el desarrollo, que complemente la inversión privada y resuelva los problemas sociales». Vamos, lo de siempre.
Lo interesante, sin embargo, es que cuando el péndulo se ha alejado de la única manera en que se ha sabido hacer las cosas en Bolivia, el estatismo y el colectivismo -o lo que es lo mismo, por medio de la fuerza-, probablemente haya sido justamente con el nacimiento del país como República en 1825, cuando las ideas del liberalismo clásico como hoy lo conocemos eran realmente incipientes y ni siquiera se había desarrollado de forma consistente la democracia liberal en el mundo; o alrededor de la Constitución de 1880, la Guerra del Pacífico y 1920. Todo esto sucedió cuando el liberalismo como doctrina filosófico-política era todavía muy joven, mucho más cuando se trataba de llevar ideas a la práctica ejerciendo el poder.
Pero más aún, cuando Bolivia por fin superó el estatismo nacionalista y los largos períodos de golpes de Estado y gobiernos militares -sobre todo de la segunda mitad del siglo XX-, restauró la democracia liberal en 1982, pero con la casual contradicción de tener socialistas en el poder que terminaron llevando al país a la hiperinflación del 25.000%, que no fue solucionada hasta que se implementaron la serie de extraordinarias reformas estructurales orientadas hacia el liberalismo del DS 21060, pero cuyo autor fue nadie menos que Víctor Paz Estenssoro, líder de la Revolución de 1952, el inicio de uno de los más largos y aciagos períodos de estatismo nacionalista que incluyó masivas expropiaciones, estatización, e incluso campos de concentración. De hecho, el desastre consecuente de tal experimento llegó tan rápido como en 1956 en forma de una hiperinflación del 800%.
Efectivamente, Paz Estenssoro implementó el DS 21060 y las reformas de 1985, pero no solo que se trató de un trabajo inconcluso, sino que las medidas fueron implementadas sin convicción alguna sobre las ideas de la libertad como aspiración de un orden social espontáneo, pacífico y virtuoso. De hecho, es ampliamente sabido que Víctor Paz estaba seguro de que dichas reformas no buscaban durar más de veinte años.
Para tratar de terminar el trabajo, a mediados de los 90 Gonzalo Sánchez de Lozada implementó las reformas complementarias de segunda generación con el Plan de Todos, que partía de conceptos más social demócratas para eventualmente avanzar hacia un Estado moderno y mucho más inclinado hacia el liberalismo moderno, pero que unas fueron mal implementadas y otras simplemente boicoteadas tan pronto como en 1997 por un nuevo gobierno, el de Hugo Banzer Suárez, protagonista también de otro largo período de dictadura y para variar, estatismo nacionalista, en los 70.
Afortunadamente, aunque todavía de manera muy incipiente, nacen voces formadas en el liberalismo del siglo XX, que ha sido probablemente uno de sus períodos de mayor desarrollo y crecimiento ante el colapso del Estado Plurinacional y el Modelo Económico Social Comunitario Productivo Boliviano (MESCPB) en Bolivia.
Se trata de intelectuales jóvenes en su gran mayoría, que se forman con las ideas del orden espontaneo y los vínculos contractuales, tal vez más desprovistas de rigor teórico y conceptual probablemente por la facilidad e inmediatismo de las redes sociales, pero también muchos otros -los menos- que, como nunca antes justamente gracias a las facilidades de acceso de la tecnología, profundizan y se nutren con los aportes de gente como Ludwig von Mises, F.A. von Hayek, Milton Friedman o Karl Popper, u otros como Robert Nozick, Isaiah Berlin y hasta Bruno Leoni, entre tantos otros, que pertenecen a un liberalismo que inicia con la Revolución Marginal pero que se fortalece apenas terminada la Segunda Guerra Mundial con la primera reunión de la Sociedad Mont Pelerin, para encarar la lucha de las ideas.
Ciertamente, es difícil ser optimista sobre el futuro de más largo aliento de Bolivia si se proyecta su historia al menos desde su nacimiento como República. Sin embargo, si se considera que el futuro de Bolivia no comenzó ayer, sino que comienza hoy, tal vez exista margen para pensar que puede convertirse por primera vez en una tierra fértil para la defensa abierta, explícita y sin complejos de las ideas y los valores de la libertad individual, aunque sin nunca esperar cambios fáciles, cómodos e inmediatos.
Columna publicada en La Gaceta de la Iberosfera (España), el 29 de febrero de 2024.