Desde el inicio de la desaceleración a mediados de 2013 y con la caída petrolera como factor agravante, hay algunos elementos que permiten decir que los problemas son y serán cada vez mayores: los capitales abandonan el país y las reservas internacionales caen a la misma velocidad que cae la confianza del público en el Gobierno, el déficit fiscal ya roza el peligroso 8% con el que se creó el “temporal” Impuesto a las Transacciones Financieras en 2004, y sin ajuste alguno del gasto de manera simultanea a la vista se pretende compensar la caída de ingresos mediante incremento de impuestos, deuda, embargos, confiscaciones e inflación.
Solamente en materia de impuestos, es difícil imaginar cuánto más pretenden incrementarlos si uno se pone a pensar que los ingresos por exportación de materias primas Bolivia durante los últimos diez años han sido los más altos nunca en su historia, sobre todo cuando el problema es un exceso de gastos antes que de falta de ingresos.
Bolivia se ha convertido en el infierno tributario de América Latina, y en el segundo país con la tasa de impuestos más elevada del mundo. Hoy en día el ratio de impuestos sobre PIB de Bolivia alcanzó al 24,7%, superior al promedio regional y presentado el tercer incremento más significativo en la región respecto al ratio de 1995, cuando no superaba el 13,8% del PIB. Al mismo tiempo, Bolivia es el cuarto país con mayor carga tributaria del Ránking del Doing Business 2017 del Banco Mundial, donde la tasa de impuestos como porcentaje de las ganancias alcanza el 83,7%, considerablemente más alta que la tasa promedio de la región que se sitúa en 46,3%. Y los impuestos siguen subiendo, esta vez incrementaron el impuesto a la salida de capitales.
Lo que está claro aquí es que el único que no se ajusta a la nueva realidad de bajos ingresos petroleros es la burocracia del Estado, que ni ajusta el gasto ni paga impuestos. Sin embargo, y para ir poniendo las cosas en contexto, la pregunta pertinente es: ¿qué pasaría si los impuestos fueran del 100%? ¿Alguien estaría dispuesto a trabajar o invertir para que el Gobierno se quede con el total de su sueldo o inversión?
Esta pregunta se hizo Arthur Laffer ya en 1974, y para responderla dijo que si se subían los impuestos se dañaba tanto la actividad económica que la recaudación final acabaría cayendo, y que por tanto, para reducir el déficit lo que hay que hacer es bajar los impuestos y mejor si además se deja de gastar. Si hoy se siguen subiendo los impuestos y el gasto agravarán aún más los problemas, incluso para ellos mismos cuando la recaudación caiga. ¿A quién le cobrarán impuestos si nadie invierte?
Curva de Laffer
Por si la propia experiencia exitosa del país reduciendo y eliminando impuestos contra la peor crisis económica que vivió hasta 1985 no fuera suficiente, como muestra más reciente, el Reino Unido recauda un 30% más luego de que David Cameron redujera drásticamente los impuestos hasta el 20% contra empresas, luego de que fueron incrementados hasta el 28% por Gordon Brown contra la crisis de 2008, y ahora Theresa May pretende convertir al Reino Unido en paraíso fiscal frente a la Unión Europea tras el Brexit.
Y como el caso más cercano, Ecuador, que tiene una economía muy similar a la boliviana pero que ha ingresado mucho antes en la etapa del ajuste generalizado luego del derroche de proporciones siderales, más de treinta reformas impositivas y desastre económico consecuente del correísmo, tiene al candidato opositor -y esperemos que próximo presidente este domingo-, Guillermo Lasso, proponiendo la reducción y recorte de nada menos que 14 impuestos, incluyendo el impuesto a la salida de capitales, luego.
Para evitar un agravamiento aún mayor de sus problemas económicos, Bolivia debe reducir impuestos y recortar gastos drásticamente, y en proporción a la caída de ingresos, así la gente de adentro y fuera del país como mínimo tendrá incentivos para pasar al mercado formal, invertir y aumentar sus ingresos, y detener la fuga de capitales.