Cuando no hay manera de adivinar los acontecimientos futuros, pero uno está forzado a tomar decisiones como si de todas maneras la hubiera, dicen que todo termina siendo un simple juego de probabilidad. O eso es lo que dicen.
El próximo evento sobre el que se levantan apuestas es la reunión anual de los principales banqueros centrales en Jackson Hole a partir de este jueves.
Las actas de la última reunión del Federal Open Markets Committee (FOMC) de la Reserva Federal de julio, muestran que la mayoría de sus miembros apuesta por iniciar el ‘tapering’ -o la reducción del ritmo de monetización de deuda- hacia finales de 2021, lo cual ha traído preocupación a los mercados.
No obstante, desde aquella reunión ha pasado mucha más agua que la de la inflación por debajo del puente. Luego de los datos de la expansión de la variante Delta, la falta de respuestas de las autoridades y las farmacéuticas al respecto, además del rotundo fracaso con Afganistán, lo más probable es que más de uno de los miembros de la Fed haya cambiado de parecer, pues las expectativas de recuperación en este entorno son muy poco halagüeñas.
De hecho, hasta hace solo un par de semanas, justo antes de Afganistán, solamente un 27% de gestores de fondos encuestados por el BofAML creía que la economía crecerá en los próximos doce meses, lo cual se traducía en la cifra más baja desde abril de 2020. Con seguridad que ahora la cifra es todavía menor.
Entonces, de acuerdo a los libros de texto clásicos sobre macroeconomía -cualquiera de ellos-, tendría que ser obvio que ante un incremento relativamente inesperado de la inflación, los bancos centrales tendrían que incrementar las tasas de interés de referencia. Sin embargo, al menos desde el inicio de la Gran Recesión en 2008, las políticas macroeconómicas aplicadas alrededor del globo son las del mundo del revés.
Pero todo tiene mucho más sentido cuando, en vez de jugar con probabilística, uno se concentra en analizar cómo y por qué los gobernantes y sus bancos centrales toman determinadas decisiones, y cuáles son los incentivos que tienen para hacerlo. Es decir, resulta mucho más útil quitarse los lentes de color rosa para observar el comportamiento de los políticos y el funcionamiento de la política, como bien afirmaba James M. Buchanan.
Ya no sólo con máximos de inflación de 40 años, sino con la expansión de la nueva variante Delta y ahora también con el fracaso con Afganistán, este sería el peor momento para incrementar las tasas de interés, pues una caída de los mercados provocada por una decisión precipitada de la Fed sería el último problema extra con el que la coalición quisiera tener que lidiar. Es por eso que ahora mismo Janet Yellen ha manifestado su apoyo a Jerome Powell para permanecer en el cargo, dando a entender, claro, que Biden se inclina por mantener las cosas como están.
En este sentido, y volviendo a las expectativas que el público -o los gestores de fondos, de manera más precisa- tiene puestas en las decisiones que los bancos centrales vayan a tomar a partir de su próxima reunión en Jackson Hole: los bancos centrales tienen solamente dos alternativas (una encrucijada en la que ellos mismos se metieron): dejar que la inflación siga subiendo y agravar el problema hasta la estanflación severa (que solamente abordarán luego), o provocar un desplome de los mercados con el ‘tapering’.
Con seguridad será lo primero, más aún con el avance de Delta (que intensificará las restricciones) y el sinfín de efectos secundarios derivados de Afganistán -desde una nueva crisis migratoria en la Unión Europea hasta ataques terroristas en Occidente-, pero, dado que el incremento de tasas de interés llegará tarde o temprano, postergar esa decisión terminará siendo tan caro como inasumible.
Al tiempo.
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