¿Qué ha pasado ayer, martes 13 de septiembre, en Estados Unidos, que ha llamado tanto la atención de los medios sobre todo los especializados en economía y finanzas? Se supo que la tasa del Índice de Precios al Consumidor (IPC) general fue del 8,3%. ¿Por qué el dato fue importante?
El mercado esperaba que el IPC sea de un 8,1%, una diferencia muy reducida, pero la reacción de los mercados en toda clase de activos ha sido verdaderamente mala y preocupante, registrando su peor día desde junio de 2020. La pregunta es, ¿por qué?
Las fuertes caídas desde martes -Meta, por ejemplo, ha caído un 9%- han sido a consecuencia de las expectativas que la Reserva Federal creó mintiéndoles al menos desde 2020, afirmando primero que no habría inflación como consecuencia de sus masivos estímos, luego que la inflación era transitoria, después que Estados Unidos no está en recesión, y finalmente, que la inflación está empezando a estar bajo control, y que habrá más incrementos de tasas pero ya no de manera abrupta.
Pues ni lo uno ni lo otro, la inflación no parece estar bajo control y para la siguiente semana se espera un incremento de tasas de 100 puntos básicos, el mayor incremento de tasas en 40 años, porque la sorpresa de los datos del IPC de agosto fue la creciente inflación subyacente, que excluye la energía y los alimentos no elaborados: ha alcanzado el 6,3% interanual, empeorando el dato de julio del 5,9%, y superando las previsiones del consenso, que anticipaban una subida hasta el 6,1%.
Peor todavía, la inflación subyacente mensual ha sido dos veces mayor a la esperada, desde el 0,3% del mes anterior y lo anticipado por el consenso, hasta el 0,6%, y más importante todavía, lo que más la impulsa al alza son los servicios. Además, en términos anualizados, esto representa un 6,8%, el mayor incremento desde 1982.
Con todo esto, el problema es más grave de lo que muchos quisieran. El hecho de que la inflación subyacente sea cada vez mayor quiere decir que su causa es monetaria y no por la pandemia, interrupciones persistentes en las cadenas de suministro, o en la invasión de Vladimir Putin sobre Ucrania, como dicen los gobernantes y los economistas que los asesoran y no quieren asumir responabilidad por sus actos.
Pero bien, ¿y ahora qué sigue para las políticas de Jay Powell y la Reserva Federal?
Para que la Fed sea creíble tiene que actuar decididamente, y eso implica incrementar tasas al menos al mismo nivel del IPC o por encima, y al menos por el momento no está ni cerca de ese objetivo. Más aún, está muy atrasada incluso para el todavía tímido objetivo del 4%.
En otras palabras, la falta de una política decidida de la Fed para controlar la inflación está llevando a la economía real a la desaceleración e incluso la recesión, y a los mercados a tener sus peores rendimientos en décadas en un entorno bajista persistente, pero una cosa es tener inflación con bajo crecimiento, y otra muy distinta tener inflación creciente y estancamiento o recesión de manera simultánea, es decir, estanflación, el peor de los mundos.
Sucede que, entre las muchas mentiras vertidas sobre las condiciones de la economía, se sigue afirmando que es posible preparar el escenario para un ‘aterrizaje suave’ de la economía, cuando la realidad es que no hay margen para tal cosa. Lo cierto es que el solo hecho de tratar de postergar los efectos del mayor proceso de monetización de deuda de la historia no soluciona los problemas que ha creado, solamente los agrava, solamente resta un aterrizaje forzoso.
Esto es así porque si acaso Estados Unidos no está en recesión luego de registrar dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo en 2022, lo estará muy pronto, porque a estas alturas una recesión al uso es la bala de plata que tiene la Fed para controlar la inflación. El asunto es que si acaso no acierta, la estanflación está asegurada.
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